La Adoración de los Reyes ha sido una obra controvertida en lo que a su atribución se refiere. En 1967, Winzinger la adscribió a un pintor que denominó Maestro de la Adoración de Lugano. Isolde Lübbeke en 1991 corroboró esta hipótesis, renombrando a este artista anónimo como Maestro de la Adoración Thyssen. La obra estuvo atribuida en principio a Wolf Huber, pues en ella se aprecian detalles inspirados en dos de sus grabados, La Natividad y La Adoración de los Magos; también se evidencia cierta influencia del estilo de Albrecht Altdorfer en el canon alargado de las figuras. Los personajes de este pasaje de la infancia de Cristo se sitúan en el interior de una iglesia gótica derruida. María y el Niño aparecen a la derecha y ante ellos, ocupando el centro de la composición, Melchor, que les ofrece el cofre con oro. En el extremo derecho vemos a Gaspar, acompañado de un soldado, y entrando en escena encontramos a Baltasar. En lado izquierdo, el pintor coloca a un personaje que viste ropas de llamativos colores y que actúa como espectador del episodio. Por su pequeño formato, se ha pensado que esta tabla pudiera haber sido una de las alas exteriores de un altar portátil.

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Esta tabla, adquirida en 1956, estuvo atribuida a Albrecht Altdorfer en la colección Reder Sen de Bruselas. En la década de 1930 Ludwig von Baldass consideró la pintura una obra temprana de Wolf Huber, atribución que se mantuvo en la mayoría de las publicaciones de la colección Thyssen-Bornemisza hasta 1991. Sin embargo, en 1967 Franz Winzinger asignó la tabla a un pintor anónimo al que llamó Maestro de la Adoración de Lugano. Winzinger tomó esta pintura, expuesta entonces en Lugano (Suiza), como punto de referencia para construir el catálogo de obras de este nuevo artista. Además, agrupó en torno a ella un conjunto de dibujos y realizó el primer perfil del pintor. Isolde Lübbeke, en 1991, aceptó la propuesta de Winzinger, variando el nombre del autor por el de Maestro de la Adoración Thyssen.

La Adoración de los Reyes es un episodio de la infancia de Cristo que se recoge brevemente en el Evangelio de san Mateo. El Maestro de la Adoración Thyssen concibe este pasaje en el derruido interior de una construcción gótica. A este marco, se suma una atmósfera invernal cuyo testigo es la intensa nevada que rodea a las figuras. La nieve ha dejado su rastro en el suelo del edificio, en las vigas, en las ramas de los árboles y en el escueto paisaje del fondo. María y el Niño reciben el homenaje del rey Melchor, que todavía lleva en sus botas las espuelas del viaje. La Virgen ha aceptado ya el cofre con el oro, símbolo de la realeza de Cristo, en el que Jesús introduce su pequeña mano. A la derecha, Gaspar, acompañado por un soldado con casco y malla, se dispone a entregar el incienso en una copa, mientras Baltasar, vestido de blanco, sube las escaleras para incorporarse a la comitiva. A la izquierda, sirviendo de ajuste compositivo al rey Gaspar, el pintor ha colocado, de pie, al lado de una pilastra, a un personaje que rivaliza con los tres reyes por la intensidad del colorido de su traje.

La composición, la arquitectura y especialmente el grupo de la Virgen con el Niño se inspiran en dos grabados de Wolf Huber fechados a principios de la década de 1510.Precisamente las similitudes con estos dos grabados, que representan La Natividad (Múnich, Staatliche Graphische Sammlung) y La Adoración de los Magos (Berlín, Staatliche Museen, Kupferstichkabinett), fueron uno de los argumentos por los que el óleo fue considerado de Huber. También se han establecidos paralelismos con el otro pintor alemán a quien estuvo atribuida la obra, Albrecht Altdorfer, de quien nuestro artista toma el canon alargado de las figuras y la técnica con la que construye los claroscuros.

Esta Adoración, nocturna e invernal, con la estrella que guió a los reyes iluminando la nieve de la techumbre, pudo haber sido la imagen de una de las alas exteriores de un altar portátil.

Mar Borobia

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