Mujer en el baño, inspirada en alguna secuencia sacada de un folletín amoroso, está pintada con un cromatismo elemental de colores primarios, azul, amarillo y rojo, aplicados con los característicos puntos benday. La visión del rostro y las manos de la mujer en el agua, con los perfiles delimitados por unas gruesas líneas negras sobre un fondo blanco, destacan sobre la estática geometría de la pared de azulejos del fondo. En este tema, tan frecuente en la historia del arte en forma de "Baño de Venus", Lichtenstein, uno de los artistas que en la década de los años sesenta reaccionaron contra el lenguaje del expresionismo abstracto e iniciaron el movimiento pop, logra transformar las apariencias al sustituir la reproducción mecánica del cómic por el trabajo manual del pintor.

En la década de 1960, Roy Lichtenstein y otros artistas americanos de su generación, como Andy Warhol, Tom Wesselmann o James Rosenquist, reaccionaron contra el lenguaje del expresionismo abstracto e iniciaron el movimiento pop. En un momento de expansión y de bonanza económica, en el que los grandes avances de la sociedad habían incorporado una nueva opulencia propia del mundo contemporáneo, estos artistas comenzaron a fijarse en los objetos cotidianos, en los anuncios comerciales y demás productos de la sociedad de consumo, y a utilizarlos como tema en sus obras.

Lichtenstein llevó a cabo su personal retrato de la nueva América con un lenguaje artístico totalmente nuevo: la técnica llamada benday, la trama de puntos estarcidos con la que se imprimían los cómics, inventada en 1879 por Benjamin Day. Al utilizar en su obra las imágenes y las técnicas de las comic strips, el pintor lograba rebelarse contra la textura y el gesto pictórico de sus predecesores abstractos y explorar las complejas conexiones entre el arte y la cultura popular. Las tiras de los cómics, difundidas en millares de copias de periódicos y revistas, no pretendían ser obras de arte sino un modo de comunicar sintéticamente un contenido narrativo que produjera una determinada emoción. Aunque a primera vista sus obras parecen simples viñetas agrandadas, al ser analizadas más detenidamente se ve lo mucho que difieren de ellas. Al aislar esas imágenes sintéticas, al reproducirlas a mano y cambiarlas de formato, conseguía una impresión de objetividad desapasionada, sin ningún sentimiento subjetivo, que le permitía hacer una reflexión artística rigurosa. Lichtenstein sustrae así su consumo normal y logra transformar las apariencias al sustituir la reproducción mecánica del cómic con el trabajo manual del pintor. En tanto que sus obras son una representación pictórica de una técnica mecánica de impresión, Lichtenstein logró unir las bellas artes y el diseño comercial y, de este modo, desafió las bases en las que se asentaba hasta entonces la pintura al convertir una imagen banal en una obra de arte.

Mujer en el baño, del Museo Thyssen-Bornemisza, fue pintada en 1963, inspirándose seguramente en alguna secuencia sacada de folletines amorosos. El tema de la mujer en el baño, bastante frecuente en la historia del arte en forma de Baño de Venus, fue una imagen habitual entre los artistas pop. La figura de la mujer, con los perfiles delimitados por unas gruesas líneas sobre fondo blanco, está pintada con un cromatismo elemental de colores primarios —azul, amarillo y rojo—, aplicados con los característicos puntos benday. Gail Levin pone en relación esta obra con otro óleo del mismo año, Muchacha ahogándose. En ambas composiciones Lichtenstein ofrece una visión del rostro y las manos de una mujer en el agua, pero mientras que en el cuadro del Museo Thyssen-Bornemisza está plácidamente tomando un baño y nos mira con una amplia sonrisa, en la otra pintura, la joven, con una expresión desencajada, se está ahogando en el mar producido por sus propias lágrimas. La figura sonriente del primero destaca sobre la estática geometría de la pared de azulejos del fondo, mientras que la imagen del cuadro del Museum of Modern Art se encuentra envuelta por un torbellino de agitadas aguas, copiadas, según testimonio del propio Lichtenstein, del grabado japonés de Hokusai La gran ola.

Las inquietantes mujeres que protagonizaron la producción pictórica de Lichtenstein en los años centrales de la década de los sesenta son una plasmación plástica de las heroínas modernas. Las representa en diferentes actitudes: unas veces como atareadas amas de casa, en ese papel que aceptan sonrientes en un mundo dominado por los hombres; otras, como protagonistas de dramas pasionales en los que reflejan expresiones de ansiedad, nerviosismo y miedo. Con esa imagen estereotipada de la mujer contemporánea, Lichtenstein no pretende más que reflejar plásticamente su necesidad de acercarse a un nuevo ideal: «Las mujeres se pintan así; haciendo uso del verdadero maquillaje. Se ponen los labios de una cierta manera y peinan su pelo para parecerse a un cierto ideal».

Paloma Alarcó

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