Considerado el pintor florentino más importante del siglo XVII, Carlo Dolci fue un artista precoz, que a la edad de quince años había ejecutado su primera obra, el Retrato de Stefano della Bella, conservado en el Palazzo Pitti, en Florencia, y considerado una obra de referencia fundamental. Se formó con Jacopo Vignali, en cuyo estudio entró en el año 1625, a los nueve años, y en 1632 ya aparece mencionado en el censo de Florencia como pintor independiente. Su estilo combina la expresividad heredada de Vignali con el diseño elegante y los colores vivos característicos de la escuela florentina. Una de las principales características de su pintura es el finísimo acabado que da a sus obras, especialmente las religiosas. Según Filippo Baldinucci, tratadista del siglo XVII, sus primeros patronos fueron Piero de’ Medici, el músico Antonio Landini, y el cardenal Leopoldo de’ Medici, gozando desde sus inicios de un éxito que mantuvo a lo largo de toda su carrera. Durante sus años de juventud se dedicó a copiar obras de grandes maestros del siglo XV y XVI, entre los que se encontraban Fra Angelico, Ghirlandaio, Miguel Ángel y Correggio. También conoció y estudió, a través de la colección Medici, a los pintores holandeses contemporáneos, en especial a Willem van der Aelst.

Aunque trabajó el retrato y el bodegón, se especializó en temas piadosos a los que inculcó un carácter didáctico. Entre sus óleos más importantes se encuentran: San Andrés orando antes del martirio (Birmingham, City of Birmingham Museum and Art Gallery), La visión de san Luis de Toulouse Florencia, Palazzo Pitti), El ángel de la guardia (Prato, Museo Prato Duomo) y La cena en la casa del fariseo (Corsham Court, Wiltshire).

Contó con numerosos seguidores e imitadores, entre los que destaca su propia hija, Agnese Dolci, quien se dedicó a hacer réplicas y copias de las obras de su padre. Su pintura fue, desde el siglo XVII, especialmente apreciada en Inglaterra.

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