Jan van Kessel es el último miembro de una dinastía de pintores, iniciada en el siglo XVI e integrada por artistas de idéntico nombre. Nació en 1654 en Amberes, donde su padre, Jan van Kessel «el Viejo» (1626-1679), pariente de los Bruegel, era un especialista en la representación de animales, paisajes y flores, y en ese entorno recibió su primera formación artística. Llegó a Madrid joven, en los años finales de la década de los setenta, quizá poco antes de retratar en un jardín con su familia al noble flamenco que debió de ser su protector durante sus primeros años de estancia en la corte y quien quizás propició su traslado a España desde su tierra natal. Este Retrato de familia, tema habitual de los Países Bajos y bastante ajeno al gusto español de la época, se conserva en el Museo del Prado y está fechado en 1679. Fue pintor de la reina María Luisa de Orleáns y también de la segunda esposa del monarca, Mariana de Noeburgo. Tras el fallecimiento de Carlos II, acompañó a su viuda durante la estancia de ésta en Toledo, regresando posteriormente a la corte, donde murió en 1708. En esta última etapa de su vida llegó a retratar al joven Felipe V, aunque al parecer con escaso éxito.

Se conoce muy poca obra segura de su mano. Además del Retrato de familia del Museo del Prado, ya citado, se conserva otro cuadro del mismo tema en el museo de Varsovia, y un relevante retrato de enanos con un perro en el museo de Poznan, en el que se puede apreciar su asimilación de la tradición velazqueña imperante en la pintura madrileña de las últimas décadas del siglo XVII. Según las fuentes españolas de la época, en especial Palomino, que le conoció y trató, Van Kessel fue un pintor de gran habilidad técnica, muy dotado para la realización de retratos, tema al que dedicó fundamentalmente su actividad pictórica, aunque el tratadista afirma que participó en la decoración de la Galería del Cierzo del Cuarto de la Reina en el Alcázar madrileño, con dos historias de la fábula de Psiquis y Cupido.

Formado en los Países Bajos, su estilo presenta la técnica minuciosa y descriptiva propia de la escuela flamenca, poco coincidente con la fluida pincelada y la jugosa definición formal características de la pintura madrileña de su tiempo, de la que sin embargo sí depende el cálido cromatismo de su paleta y el protagonismo de la luz en la definición espacial.

Trinidad de Antonio

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