Miembro de una familia de artistas, su padre era el pintor de retratos Marc Nattier y su madre la miniaturista Marie Nattier. Jean-Marc se inició en la pintura con su padre, después con su abuelo, Jean Jouvenet, y finalmente asistió a clases de dibujo en la Académie Royale. Hacia 1703, trabajó en La Galerie du Palais du Luxembourg, copiando obras de Rubens y Charles Le Brun. Gracias a las recomendaciones de Jean Jouvenet le fue concedida una plaza en la Academia Francesa en Roma, que Jean-Marc rechazó. En 1717 viajó a Holanda, donde pintó los retratos de Pedro el Grande y La emperatriz Catalina (San Petersburgo, Ermitage). El zar, que quedó satisfecho con su trabajo, le ofreció un puesto en la corte rusa, que nuevamente Nattier declinó, para permanecer en París, donde residió y trabajó durante el resto de su vida.

Entró en la Académie Royale, en 1717, con la obra Perseo mostrando la cabeza de Medusa a Fineo, conservada en Tours, en el Musée des Beaux-Arts. Sin embargo, Jean-Marc Nattier se especializó en la producción de retratos alegóricos, casi siempre femeninos, como el de Madame de Lambesc como Minerva con el conde de Brionne, del Musée du Louvre. Sus composiciones comenzaron, en la década de 1730, a gozar de gran popularidad entre la aristocracia francesa y, a partir de 1742, recibió sus primeros encargos para la familia real, como los retratos que realizó de las hijas de Luis XV: Madame Henriette como Flora y Madame Adélaïde como Diana para el palacio de Versalles. En 1747 su hija contrajo matrimonio con el pintor Louis Tocqué, con quien Nattier se asoció. A pesar de que en 1755 pintó una de sus más ambiciosas obras, el retrato de cuerpo entero de Madame Henriette tocando la viola, todavía en el palacio de Versalles, su fama y éxito fueron progresivamente disminuyendo durante los últimos años de su carrera.

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