Hijo de un reputado orfebre de Lucca, Pompeo Girolamo Batoni comenzó su aprendizaje en el oficio paterno. En 1727 abandonó el taller familiar y se trasladó a Roma a estudiar pintura. Durante sus primeros años en la capital, Batoni se dedicó, como parte de su aprendizaje, a copiar esculturas antiguas conservadas en el Vaticano, así como los frescos de Rafael y de los Carracci. Su habilidad para dibujar y copiar ruinas y escultura clásica llamó la atención de los anticuarios británicos y coleccionistas de la ciudad, de los que pronto comenzó a recibir encargos. Desde el inicio de su carrera Pompeo Girolamo Batoni se inclinó por la corriente clasicista de la tradición romana, admirando y estudiando cuidadosamente la pintura de Rafael y de otros pintores de principios del siglo XVII, como Guido Reni y Domenichino, desarrollando un estilo personal y diferente al de sus contemporáneos, que anticipa el movimiento neoclasicista.

Hacia mediados de siglo, Batoni se convirtió en uno de los pintores más solicitados de Roma, recibiendo múltiples encargos de pintura religiosa, y mitológica. El más importante de ellos fue el de la decoración de uno de los altares de San Pedro en el Vaticano, de 1746, para el que Batoni pintó una enorme composición representando La caída de Simón el mago, hoy en la iglesia de Santa Maria degli Angeli, y cuya ejecución le ocupó una década. Fue también un afamado pintor de retratos, siendo especialmente apreciado y demandado por la aristocracia británica. El tipo de imagen en la que Batoni se especializó se caracteriza por incluir algún elemento de la Antigüedad clásica o una vista de Roma, que atestiguan la presencia del personaje en la ciudad y subrayan su condición de persona cultivada.

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