
Terrafilia
Más allá de lo humano en las colecciones Thyssen-Bornemisza
¿Qué nuevas formas puede dar el amor a nuestra convivencia con la tierra? Terrafilia nos invita a reimaginar nuestro lugar en el planeta, no como soberanos, ni como observadores distantes, sino como compañeros en un mundo compartido. A través del arte, la filosofía y los saberes ancestrales, esta exposición profundiza en el amor a y por la tierra como una manera de ser y de participar capaz de inspirar justicia, sentido comunitario y cuidados sin distinción de especies ni de épocas.

Terrafilia
Palabra compuesta por el griego Philia (amor) y el latín Terra (tierra)—expresa una profunda conexión emocional, ética y espiritual con el planeta. Más que al simple amor a la naturaleza, apunta a una relación de afecto y de transformación con la Tierra. Este tipo de amor no se basa en la pasión individual, ni los ideales románticos, sino el cuidado, el compromiso y la responsabilidad para con todos los seres, humanos y no humanos.
A lo largo de la historia ha habido pensadores, como el místico medieval Ramon Llull, que han concebido el amor como una fuerza universal y divina que mantiene unido el cosmos y lo abarca todo: las raíces y las ramas, los seres humanos y los animales, e incluso la propia Tierra. En el ámbito de la política, la filósofa Hannah Arendt habló del amor mundi, el «amor al mundo», como una manera de crear comunidad y proteger significados compartidos. Ambas visiones, sin embargo —la mística y la cívica—, excluían a menudo la Tierra como participante activa en ese amor.
La reacción de pensadores contemporáneos como Malcom Ferdinand ha sido proponer una nueva metáfora: la del «mundo barco», una nave colectiva en la que además de seres humanos también se encuentran plantas, animales, ecosistemas y visiones culturales del mundo diversas, objeto de exclusión histórica y sistémica.
Evitando distinguir entre Tierra y mundo, esta perspectiva nos exhorta a ver la debacle ecológica no solo como una crisis medioambiental, sino como una ruptura de nuestra capacidad común de vivir todos juntos en el mismo planeta.
bell hooks, escribiendo desde la arcilla roja de Kentucky, nos recuerda que la Tierra no es simplemente un telón de fondo para la vida humana, sino nuestro primer y último hogar. La Tierra da testimonio de vidas a las que se les negó la justicia, ofreciendo consuelo, dignidad y un sentido de integridad allí donde los sistemas humanos fallaron. Esta visión afrofeminista de Terrafilia une lo espiritual y lo material, lo ancestral y lo ecológico, en una ética del cuidado que surge de la lucha y perdura a través de la memoria.
Artistas, poetas y filósofos nos invitan a reflexionar sobre el peso histórico de esta ruptura, haciéndonos ver que las metáforas en torno a la Tierra, que en otros tiempos eran símbolos de hogar y salvación, como la del barco, también cuentan historias de exclusión, imperialismo y explotación. Aun así, gracias a la imaginación, el ritual y el recuerdo, las comunidades siguen resistiendo, recuperando y recreando su lugar dentro del territorio común planetario. Terrafilia, en consecuencia, no es una simple idea, sino una herramienta pedagógica, una práctica política y una visión poética.
Este enfoque estratificado se refleja en una intervención arquitectónica de Marina Otero Verzier con Andrea Muniáin: una estructura translúcida, en forma de serpiente, que envuelve el espacio expositivo y guía a los visitantes a través de sus planos cambiantes de transparencia y escenarios entrelazados.
En estos tiempos de crisis planetaria,Terrafilia nos recuerda que el amor puede ser una fuerza reparadora, que vuelva a anudar los hilos rotos del mundo que compartimos.

Cosmogramas
La antigua idea de cosmos —un todo armonioso que manifiesta una esencia común o una realidad última— surgió en diversas culturas como una explicación de la existencia. Estas cosmologías primigenias plasmaban el sentido de unidad en representaciones concretas: mitos, rituales, símbolos y diagramas que eran como mapas de las relaciones entre mundos y sus habitantes. La instalación de Dr. Lakra, Monomitos, realizada específicamente para la exposición y que da la bienvenida a los visitantes en la entrada de Terrafilia, presenta un desfile desenfrenado de figuras totémicas —parte humanas, parte animales, parte objetos, parte espíritus. A través de actos lúdicos de recombinación y travesuras materiales, estos seres híbridos desdibujan las categorías, trastornan las jerarquías y nos introducen en un mundo donde reina la transformación.
1. ¿Qué es un cosmos?
En su origen, la palabra cosmos significaba «buen orden» o «disposición hermosa». Además de para describir el universo, los griegos de la Antigüedad la usaban para designar la profunda armonía percibida por ellos en el mundo natural. Presente en muchas culturas y tradiciones espirituales —desde el alHaqq del sufismo hasta el Brahman del hinduismo—, esta percepción de que todo está conectado entre sí sigue influyendo en cómo imaginan las personas el mundo y su lugar dentro de él.
Todos vivimos en un cosmos, pero la concepción que nos formamos de él está condicionada por la cultura, la filosofía y la imaginación.
2. Ensamblajes, más que sistemas
Terrafilia propone no entender el mundo como un sistema de jerarquías claras, sino como un ensamblaje. Es la idea de que la vida no nace de un orden que se va extendiendo desde las alturas, sino de alianzas, relaciones y el funcionamiento simbiótico entre las cosas.
Monomitos de Dr. Lakra se mueve entre lo espiritual y lo lúdico, mostrando que la diferencia no separa, sino que crea un espacio fértil para el encuentro y el intercambio. En ese espacio, distintas visiones del mundo se conectan a través del cuerpo y la transformación.
Esta visión nos ayuda a no concebir el planeta como una máquina, sino como una red de seres creada colectivamente, que abarca desde los hongos y los seres humanos hasta el clima y los mitos
3. Las cosmologías determinan nuestras visiones del mundo
Una cosmología es un marco de comprensión del universo vinculado a una cultura específica. Puede ser científica, filosófica, espiritual o mitológica, pero siempre es una manera de definir qué cabe dentro de él y qué se queda fuera. Las cosmologías adquieren carácter tangible a través de historias, rituales, imágenes y obras de arte.
Toda cultura tiene una cosmología propia, y toda obra de arte contiene indicios sobre cómo se imagina, ordena y habita el mundo.
4. ¿Quién logra ser visible dentro de la historia cósmica?
Durante mucho tiempo, la ciencia y la política modernas han dejado de lado a los seres no humanos, impidiéndoles participar en la esfera de lo público y de la política. Esta exposición cuestiona esta exclusión proponiendo relatos planetarios en los que los animales, los espíritus y la materia también merecen un lugar de representación.
Para convivir de otra manera, primero tenemos que vernos de otro modo, incluyendo en ese «nosotros» a lo no humano.
5. Cosmogramas: mapas visuales del universo
Los cosmogramas son obras de arte en las que se ve cómo las personas organizan su visión del universo, y que ayudan a entender cómo se crean objetos y prácticas a partir de diversas concepciones del orden y la composición de la realidad. Adoptan formas muy variadas: relatos de creación, seres mágico-espirituales, paisajes, deidades, figuras míticas…
En vez de «¿qué es esto?», lo que nos preguntamos es «¿qué tipo de mundo imagina esta obra de arte?».
6. Todo el mundo en un paisaje
En la tradición europea, algunos paisajes —como el Weltlandschaften, el paisaje del mundo— comprimen la totalidad del mundo en una sola visión panorámica. Estas obras, que a menudo se usan como marco de relatos míticos, traducen la enormidad del mundo a un todo legible moldeado por las nuevas técnicas humanistas, como la cartografía y la astronomía.
El arte puede ayudarnos a no ver el planeta como una mera superficie que observar, sino como un campo vivo de relaciones e historias.
7. Los collages míticos de Dr. Lakra
La obra de Dr. Lakra convierte imágenes científicas y etnográficas del pasado en vibrantes cosmogramas de seres mágicos, deidades y criaturas híbridas. Estas figuras de poder median entre las especies y se desplazan entre mundos e inframundos. Ocupando un umbral de intensidad espiritual y subversión lúdica, la obra Monomitos de Dr. Lakra revela la diferencia no como división, sino como un espacio generativo de intercambio, donde las cosmologías se encuentran a través de la encarnación y la transformación.
Estas obras cuestionan de manera lúdica la idea de una realidad única y conocible, dejando espacio para verdades plurales y encuentros imprevisibles.

Un planeta animado
«Un planeta animado» nos invita a pensar de manera ecológica, pero no solo sobre el medio ambiente, sino también sobre el lugar que ocupa cada uno de nosotros en la gran trama de la vida. Con materiales tomados de la ciencia, los saberes indígenas y el mito, este capítulo muestra el funcionamiento de la vida, dejando patente que siempre se rige por la conexión, la interdependencia y la co-formación mutua: todo está interconectado, desde las bacterias hasta los espíritus, y desde los árboles hasta las figuras mitológicas. El capítulo también plantea las consecuencias de dejar de ver el mundo como un telón de fondo y empezar a relacionarnos con él como algo vivo, inteligente y lleno de compañeros imprevistos.
1. El pensamiento ecológico es multidimensional
Pensar ecológicamente es una invitación a imaginar la vida no en una sola escala o momento, sino a lo largo y ancho de diversas capas de tiempo y espacio, desde las bacterias hasta los bosques, y desde el pasado más remoto hasta la crisis actual. Además de ciencia, la ecología es una manera de intuir que todo está interconectado.
Esta visión nos ayuda a entender que los seres humanos, los animales, las plantas, los microbios y hasta los minerales se entretejen en sistemas de vida compartidos.
2. La vida evoluciona por cooperación, no solo por competición
Inspirándose en la obra de la microbióloga Lynn Margulis, esta exposición se aparta de la idea de la «supervivencia del más fuerte» para acercarse a otra basada en la simbiosis y la cooperación. La vida surgió a lo largo de miles de millones de años de evolución, de interacciones entre microbios y transferencias de genes para crear nuevas células, e incluso especies.
Se pone así en tela de juicio el énfasis occidental en la competición y la jerarquía, sustituidas por una historia de ayuda recíproca, interdependencia y coexistencia creativa.
3. Un ser de muchos seres
Todo ser humano es un holobionte, una comunidad de organismos —bacterias, hongos, virus— cuya convivencia forma lo que llamamos «yo». Desde este punto de vista, la individualidad no es algo fijo, sino compartido, y revela una continuidad evolutiva entre los mundos animal, vegetal, micelial [el de los hongos] e incluso mineral.
No existimos al margen de la naturaleza. Somos naturaleza, y estamos compuestos por una infinidad de seres vivos que colaboran con nosotros.
4. Las plantas y los árboles se comunican y cooperan
Los árboles, y en general las plantas, no son pasivos. Sienten, comparten, advierten y sanan. Los bosques están conectados por redes de hongos subterráneas que son como sistemas neuronales. Hay árboles que mandan nutrientes a sus vástagos, o que avisan a sus vecinos de la presencia de depredadores.
La ciencia y los saberes indígenas coinciden en mostrar que el mundo vegetal es algo vivo, lleno de inteligencia, emoción y relacionalidad.
5. Existen sociedades más allá de lo humano
Muchas culturas indígenas otorgan la condición de persona a los animales, las plantas, los espíritus y las fuerzas naturales, seres dotados de voluntad, inteligencia y emociones. Lejos de ser solo simbólicas, estas entidades más allá de lo humano son parientes, compañeros y colaboradores en la vida.
Esta perspectiva ensancha nuestra idea de la sociedad y nos exhorta a replantearnos quién forma parte de nuestras comunidades políticas, éticas y emocionales.
6. Los seres metamórficos y embaucadores contravienen las normas
En todo el mundo hay relatos tradicionales donde aparecen seres mixtos, figuras animales y humanas a la vez, con tanto de espíritu como de materia, que cuestionan el pensamiento binario, difuminan los límites y revelan nuevas vías de comprensión. En vez de acatar las normas, las cuestionan y recurren a la metamorfosis (el cambio de aspecto y de forma) para la comunicación entre especies.
Estos personajes nos muestran que la narración y el mito pueden ser instrumentos de resistencia, transformación e imaginación, sobre todo en épocas de agitación ecológica y social.
7. Quimeras y seres compuestos: símbolos de posibilidad
Los seres que combinan formas humanas, animales y vegetales —como las quimeras— encarnan la fluidez de la identidad y la naturaleza, y nos invitan a aceptar la complejidad y el fértil espacio entre los límites, donde ocurren las transformaciones.
Las quimeras ponen en jaque nuestras categorías fijas, recordándonos que la identidad, la naturaleza y el significado se encuentran en perpetuo cambio. Nos demuestran que los nuevos mundos surgen a caballo entre los límites.
8. El animismo es una forma de entender el mundo
El animismo —basado en la visión del mundo de que todo tiene espíritu o vida— no se reduce a creer en la magia. Es toda una manera de ser, fundamentada en el respeto y en las relaciones. Reconoce que las piedras, los ríos, los espíritus y los antepasados forman parte de nuestra historia común y tienen la capacidad de intercambiar entre ellos mensajes con significado, accediendo a facultades similares.
El animismo nos enseña a escuchar, vivir de manera responsable y valorar la inteligencia de la propia Tierra.

El arte de los sueños
«El arte de los sueños» nos invita a adentrarnos en el otro lado de la conciencia, donde la lógica cede su sitio a la metamorfosis, y las sombras emanan un fulgor que trastoca el «mundo del orden». Desde las visiones ancestrales hasta las epifanías místicas, los sueños siempre han conectado a los seres humanos con fuerzas situadas más allá del mundo visible. Además de como portales de encuentro, sirven de fuentes de sabiduría. Este capítulo explora la experiencia de soñar como una forma poderosa de conocimiento, transformación y resistencia que reformula nuestra concepción del tiempo, el yo y el cosmos.
1. El portal del sueño
Estar vivo en este planeta va más allá de incidir en el mundo. También radica en sintonizar con él, moverse con sus ritmos y participar en sus ciclos. En nuestros cuerpos y mentes laten cadencias naturales: la luz y la oscuridad, las estaciones, las estrellas, etc. Cuando el día deja paso a la noche ingresamos en otro estrato temporal: el reino de los sueños, donde convergen la intuición, la memoria y la transformación.
La noche no es solo falta de luz. También es la puerta a la visión interior, la conexión espiritual y las posibilidades creativas.
2. Soñar es una forma de conocimiento
Los sueños brindan un tipo de conocimiento que no es racional ni lineal. No transmiten mensajes en el sentido tradicional: lo que hacen es crear experiencias de comunión que nos guían y nos hacen vislumbrar lo invisible. Es un tipo de comprensión poética, intuitiva y mística.
Los sueños no son «escapatorias» de la realidad, sino maneras alternativas de encontrar sentido a la vida, la muerte, el tiempo y el ser.
3. La metamorfosis es el lenguaje del mundo de los sueños
En los sueños cambian las formas, se difuminan los límites y se transforman los seres. Como en El sueño de Auguste Rodin, cuyas dos figuras parecen brotar del mármol, los sueños revelan a menudo la fluidez de la existencia, en la que se entrelazan lo material y lo espiritual
Soñar nos recuerda que no existe nada fijo: la identidad, la forma y el conocimiento se mueven sin cesar
4. Las visiones pueden llevar a la revelación
Desde los albores de la historia ha habido místicas, videntes y profetas que se han apartado de la vida cotidiana, retirándose a la soledad para alcanzar saberes más profundos. Este tipo de experiencias abre la vía a que surjan de lo imaginario, o de lo cósmico, visiones o revelaciones, cuando no verdades turbadoras.
A veces, salir del mundo visible nos permite «ver» con más claridad lo que hay dentro de él, o más allá de él.
5. Los sueños nos ponen en contacto con los antepasados y el mundo de los espíritus
En la cosmología aborigen australiana, soñar es mucho más que estar dormido. Es una dimensión sagrada que da continuidad a los espíritus ancestrales y los relatos de la creación. En las pinturas del artista camerunés Hervé Yamguen los soñadores también son depositarios de fuerzas sagradas que les permiten acceder al «gran misterio» del ser.
En muchas culturas, soñar es un puente entre lo individual y lo colectivo, el pasado y el futuro, lo humano y lo no humano.
6. Los sueños como resistencia y reimaginación
Los sueños pueden perturbar, trastocar e incluso ofrecer resistencia al «orden» impuesto por la sociedad, la ciencia o las convenciones. En este sentido, soñar se puede convertir en una forma de rebelión, una manera de imaginar otros mundos o futuros liberados que aún no existen.
En épocas de incertidumbre, soñar puede ser un acto radical de imaginación, una negativa a aceptar el mundo tal como es, una réplica directa a las normas de la sociedad.
7. Soñadores expertos: los surrealistas
A principios del siglo XX, los surrealistas se interesaron por los sueños no como huida de la realidad, sino como métodos de ruptura, instrumentos con los que trastocar la razón y el orden represivo burgueses. Estaban convencidos de que el inconsciente tenía un potencial revolucionario en el que podían resurgir deseos reprimidos y cosmologías olvidadas. Para ellos, soñar era algo no solo personal, sino también político.
Los surrealistas nos recuerdan que soñar es desaprender lo que se nos ha impuesto y trazar los contornos de lo que quizá aún sea posible. En estos tiempos de crisis planetaria, ser expertos en soñar puede convertirse nuevamente en un acto político.

El mundo objetivado
«El mundo objetivado» indaga en los esfuerzos de los pensadores racionales por entender y controlar la naturaleza a través de la ciencia, la lógica y las herramientas de observación y clasificación. Tras la inmovilidad del orden científico, no obstante, hay una historia de exclusión y resistencia.
La pregunta que se hace este capítulo es la siguiente: ¿qué sucede cuando intentamos inmovilizar la vida para observarla? ¿Qué estamos pasando por alto? ¿Quién, y qué, se queda al margen? ¿Y qué otras formas de conocimiento podrían estar aún por venir?
1. El conocimiento como poder: la apacible vida del estudioso
Con sus globos, mapas e instrumentos científicos, Rincón de una biblioteca evoca el mundo del sabio de la Ilustración, desapegado, reflexivo y rodeado por dispositivos de observación y aprendizaje. Este «diálogo silencioso» representa la convicción de que se podía determinar la verdad a través del estudio, la razón y el orden.
De la pretensión de objetividad se deducía que los seres humanos eran capaces de entender el mundo y las leyes de la naturaleza «desde fuera», observándola. También implicaba que cualquier otra manera de entender el mundo e interactuar con él quedaba obsoleta, y sometida a una feroz subyugación.
2. El cosmos como máquina racional
El objetivo de la ciencia de la Ilustración era desvelar una estructura lógica detrás de todo lo existente. La naturaleza se reimaginó como algo sistemático y conocible, convirtiendo el misterio en mecanismo, y haciendo hincapié en la existencia de una jerarquía del ser, con Dios en lo más alto, seguido, en este orden, por los seres humanos, los animales y todos los demás.
¿El conocimiento se genera para entender mejor el mundo o para dominarlo y regularlo? ¿Para ampliar las perspectivas o para reforzar las visiones ya existentes del mundo y respaldar un determinado status quo político y económico? Los conocimientos de tipo excluyente borran, dividen y explotan.
3. El orden contra lo salvaje
En el Paisaje con aves de corral de Melchior de Hondecoeter contrastan de forma violenta unos gallos y gallinas bien cuidados con unas aves rapaces sin domesticar, metáfora de la batalla entre el control civilizado y la indisciplinada naturaleza. Lo «salvaje» se asociaba al peligro, la otredad y el desorden, proyectándose a menudo en cuerpos estigmatizados y sexuados y culturas no occidentales.
Este cambio sentó las bases de la ciencia moderna, pero también de una pérdida de conexión con los aspectos salvajes, espirituales e intuitivos de la naturaleza.
4. La urgencia por catalogar y contener
Impulsados por la curiosidad y las conquistas, los primeros científicos coleccionaban y clasificaban plantas, minerales y animales de todo el mundo. La inmovilización de la naturaleza —clavada con alfileres en los herbarios, y preservada en los bodegones— formaba parte del esfuerzo por catalogar y extraer sus valores de mercado.
Estas prácticas contribuyeron a forjar la ciencia moderna, pero también reflejaban el afán de poseer, definir y dominar el mundo natural.
5. Las herramientas de descubrimiento
Los astrónomos y los exploradores usaban instrumentos como el telescopio, el cuadrante y el cronómetro para localizar las estrellas y cartografiar la Tierra, pero el progreso científico no ha avanzado nunca en línea recta, sino como una sucesión de ensayos y errores, vías muertas y episodios accidentales de brillantez.
No todo eran respuestas en la Ilustración. Más allá de ellas existió también el proceso confuso y muy humano de tratar de entender un mundo complejo.
6. Desbaratando la objetividad en su propio terreno
En Skipholt, John Bock hace una sátira de la figura heroica del explorador-naturalista, convirtiendo la expedición en una performance de farsa y fracaso. La serie Estrellas, de Thomas Ruff, reivindica los negativos astronómicos, haciendo que su significado se desplace de los datos al enigma cósmico. En Nueva esfera de Berlín, Olafur Eliasson usa la luz y la geometría para crear un campo perceptivo en flujo constante, alterando la ilusión de la objetividad como verdad estable.
El conocimiento es voluble. En el fondo no podemos cualificarlo ni cuantificarlo en términos absolutos. ¿Siempre es mejor más conocimiento que menos? ¿Qué se considera buen conocimiento? Es innegable que nos encontramos en una época sin precedentes en lo que se refiere a la producción de conocimiento, con tecnologías de enorme eficacia a la hora de generarlo y propagarlo, pero ¿es suficiente? Y... ¿hemos enfrentado las consecuencias de llevar el racionalismo demasiado lejos?

Terra infirma
«Terra infirma» nos invita a pisar suelo inestable, un suelo en que la tierra no es una posesión, sino un archivo viviente de las huellas de la colonización, la resistencia y la renovación. Este capítulo se centra en el testimonio que da la propia tierra sobre historias de desposesión y de supervivencia. Recurriendo a tótems, muestras y extractos de suelo, relatos de creación y actos de protesta contra la violencia extractiva, las obras de arte de este capítulo ponen en tela de juicio las nociones heredadas de la tierra como propiedad, y frente a ellas apelan a una ética renovada de los vínculos, la reciprocidad y los cuidados.
1. La Tierra como testigo
El suelo que pisamos es un suelo vivo, lleno de huellas de nacimientos, migraciones y heridas. En muchas cosmologías, la tierra, las rocas y el barro no son sustancias inertes, sino materia consciente —antepasados y testigos—, que toman el pulso al tiempo. Son a la vez origen y archivo, depositarios de lo que persiste y de lo que estuvo a punto de perderse.
El terreno es portador de relatos pasados por alto en las historias oficiales. Sus texturas, fracturas y capas contienen la memoria de la creación, la supervivencia y la desaparición.
2. Terra infirma: el suelo inestable
Terra infirma habla de un planeta marcado por la extracción, la conquista y la ruptura. Frente al concepto jurídico y colonial de «terra firma»— tal como lo describió Carl Schmitt: un mundo dividido y con fronteras, perteneciente a quienes son considerados plenamente humanos—, este territorio se caracteriza por la incertidumbre y una memoria turbulenta. Aquí la tierra no es un telón de fondo, sino una fuerza activa, inestable y consciente.
Aceptar el terreno como materia sensible y con capacidad de reacción hace zozobrar la lógica de la posesión y redibuja las relaciones que se establecen con él.
3. Cosmologías de la tierra
En muchas culturas hay relatos que hablan de cómo surge vida de la arcilla, los minerales y el polvo. Desde el uso de amuletos protectores en Birmania hasta las terrosas estampas de Ana Mendieta, estos gestos encierran una antigua intimidad con la materia mineral. La tierra no es un suelo pasivo, sino una cocreadora de vida, un soporte donde se entrelazan el cuerpo y el barro, el espíritu y el sedimento.
Los antiguos relatos de la creación nos recuerdan que el suelo nunca es mudo. Da forma a cuerpos y creencias, y a los mundos invisibles por los que transitan.
4. Figuras totémicas, presencias aglutinadoras
En las constelaciones de Brad Kahlhamer, formadas por chicas de campo, animales y espíritus ancestrales, o en los totémicos tributos de Daniel Otero Torres a los defensores de la Tierra, surgen figuras que mantienen unidos a los vivos y a los que ya no están. Más que monumentos al pasado, son reuniones de presencias híbridas, insurgentes y perdurables.
Guardar espacio para las figuras silenciadas con violencia es un acto de memoria y curación. Encarnan identidades plurales que se resisten a la supresión colonia.
5. Los paisajes como herramientas imperiales
Por idílicos que puedan parecer, muchos paisajes ocultan historias de desposesión y conquista. Cuadros como Puesta de sol en Yosemite, de Albert Bierstadt, bañan tierras arrebatadas con el resplandor de una belleza pastoral, transformándose en bienes de especulación y herramientas de deseo colonial. El esplendor estético se convierte en una estrategia de eliminación.
El arte no siempre es inocente. Puede reforzar sistemas de poder y supresión, sobre todo en el contexto de los territorios, las razas y los imperios. Desvelar esta complicidad con el poder es recuperar las historias que los poderosos han intentado desterrar.
6. El suelo como archivo de violencia
En la tierra pintada de Dineo Seshee Bopape, y en los inquietos cráneos ancestrales de Hervé Yamguen, la tierra se revela como depositaria de traumas y de rebeliones. El suelo absorbe lo enterrado y lo no resuelto, impregnándose de un rastro de migraciones forzosas, sublevaciones y espíritus a los que se les niega el reposo.
La tierra recuerda. Contiene rastros de daño y resistencia, y llama al ajuste de cuentas cuando los relatos oficiales callan.
7. Construir mundos a través de las relaciones territoriales
Bebiendo del pensamiento decolonial y las cosmologías indígenas, este capítulo sitúa en primer plano la tierra como un entramado de relaciones, morada de espíritus y lugar de descanso de los vivos y los muertos. Las obras que reúne imaginan futuros planetarios tejidos desde la ecología, la justicia y los cuidados, en los que la tierra es algo compartido, nunca una posesión, y la base sobre la que se construyen mundos.
La reparación empieza por cómo escuchamos a la tierra. Respetar las relaciones indígenas con la tierra como una necesidad esencial, y también como un acto político, afirma la tierra como suelo viviente de la resistencia, la reciprocidad y la conformación de futuros justos.

El retorno del tiempo de los mitos
Los mitos son historias vivas que inciden sobre el concepto que nos formamos de nosotros mismos, de nuestros orígenes y de nuestro lugar en el mundo. Lejos de ser solo antiguos cuentos, son relatos en pleno desarrollo que fijan la identidad, revelan los valores y explican cómo se forma el mundo y cómo debe mantenerse el orden resultante. Nuestra capacidad de crear mitos es un recurso que nos permite concebir e invocar relaciones no presentes todavía.
1. Los mitos nos anclan al mundo
Los mitos son historias vivas que inciden sobre el concepto que nos formamos de nosotros mismos, de nuestros orígenes y de nuestro lugar en el mundo. Lejos de ser solo antiguos cuentos, son relatos en pleno desarrollo que fijan la identidad, revelan los valores y explican cómo se forma el mundo, y cómo debe mantenerse el orden resultante. Nuestra capacidad de crear mitos es un recurso que nos permite concebir e invocar relaciones no presentes todavía.
Los mitos construyen pertenencia y significado. Nos recuerdan quiénes somos, qué valoramos y cómo nos relacionamos con el mundo y entre nosotros.
2. El tiempo mítico se despierta en las crisis
El tiempo mítico va más allá de la historia lineal. Cíclico y recurrente, se manifiesta siempre que el presente se tambalea o apela a una renovación, brindando caminos para reimaginar y reconstruir la vida y los objetivos de la colectividad. A diferencia del tiempo histórico, siempre en busca de orden y continuidad, el mítico está abierto a la inestabilidad: los animales hablan, los dioses bajan de las alturas, y las especies se mezclan entre ellas.
Los mitos no se limitan a evocar el pasado. También activan transformaciones, ayudando a las comunidades a sanar, adaptarse y soñar nuevas posibilidades.
3. La puerta por la que no se vuelve
El mito del jardín del Edén, y de la caída del hombre, ha servido durante mucho tiempo como relato de exilio y pérdida. En Expulsión. Luna y luz de fuego, Thomas Cole escenifica esta ruptura mediante contrastes muy intensos: en un lado resplandece el Edén, mientras que el otro está sumido en un oscuro mundo de fuego y cavernas.
La «puerta por la que no se vuelve» también designa el umbral definitivo de los fuertes de esclavos del oeste de África, donde fueron embarcados a la fuerza millones de personas para su esclavización en América. Estas puertas marcan una partida física, pero también una ruptura metafísica, el ingreso en el desplazamiento, la violencia y la supervivencia.
Recordar la puerta por la que no se vuelve es afrontar los mitos y realidades perdurables del exilio forzoso, y honrar las vidas rotas de los supervivientes grabadas en los cuerpos, las geografías y la memoria colectiva.
4. El paraíso reformulado
Las potencias coloniales recrearon las tierras conquistadas como verdaderos paraísos en la Tierra, fértiles, ordenados y destinados por mandato divino a ser gobernados por Europa. Bajo el emblema de la cruz, la conquista se formuló como cultivo, y la conversión como salvación. Las ficciones visuales y narrativas plasmaban la armonía entre los colonizadores, los pueblos indígenas y los esclavos, ocultando la violencia, la desposesión y la resistencia. Estos nuevos mitos convirtieron una ocupación brutal en una misión sagrada.
Los mitos como el paraíso terrenal y la tierra prometida pueden ser utilizados como justificación de la conquista, reformulando la dominación como armonía, y la supresión como herencia divina.
5. El candomblé y la resistencia a través del ritual
El candomblé es una tradición espiritual de raigambre africana nacida de la supervivencia diaspórica. Desarrollado durante la esclavitud y la violencia colonial, sirvió de acto mitopoético de resistencia, como una manera de que los esclavizados mantuvieran su identidad, forjaran lazos comunitarios y recuperasen su dignidad.
Estas prácticas honran a los vivos y los muertos, fomentando la solidaridad y la renovación a través de un recuerdo encarnado.
6. El abrazo sagrado
El mito es una apertura sagrada por la que las energías cósmicas toman forma, impregnando la materia, el ritual y el símbolo con una fuerza transformadora. El Mandala de Chakrasamvara lo hace visible: cerrado parece un capullo de loto; abierto revela un cosmos en flor, cuyo centro está ocupado por el sagrado abrazo de la sabiduría y la acción compasiva, un estado de conciencia iluminada que disipa el espejismo de la separación.
En estos tiempos marcados por la fragmentación y la incorporeidad, el mandala afirma la unión como principio de transformación. Representa un acto mítico de amor y de pasión, presentándolo como una forma luminosa y atemporal.

Cosmogonías oceánicas
Una cosmogonía es una teoría o relato sobre los orígenes del universo y de la vida. Este capítulo indaga en los relatos de creación oceánica que empiezan por la aparición de la vida en el agua, fruto del movimiento y la interconexión.
A través de una fusión entre la ciencia ecológica y el mito y las prácticas espirituales, se nos invita a entrar en el mundo desde la perspectiva del mar: sentir con las corrientes, movernos con el plancton y transportar memoria en cada gota de agua salada.
1. El océano como espacio de conocimiento fluido
Las aguas turbulentas y refractivas del océano disuelven las fronteras entre el cuerpo y el entorno. Sus fuerzas cambiantes invitan a pensar de una forma fluida y libre, que integra mente y cuerpo. Inspiradas en la ecología, las epistemologías indígenas y la ciencia ficción, las “ontologías húmedas” exploran el mundo como flujos interconectados.
El océano se convierte en una metáfora y un método, ofreciendo una forma de conocimiento «líquida» que circula entre cuerpos, disciplinas y formas de existir.
2. Pensar con el océano es transformador
Pensar oceánicamente es sumergirse en las profundidades, despojándose de una comprensión terracéntrica del mundo. Significa abrirse a la complejidad, la incertidumbre y el movimiento constante, entre la ciencia y el mito, la ecología y la imaginación, la vida y la materia.
El océano no es solo un objeto de estudio. Es también un elemento con el que pensar, y que nos ofrece nuevas maneras de imaginar las relaciones entre los seres humanos y el planeta.
3. Mitos oceánicos y nuevos relatos de la creación
Artistas como Josèfa Ntjam se inspiran en la figura espiritual africana de Mami Wata y la biología marina para crear nuevos mitos de acceso a la existencia, en los que seres híbridos nacidos del mar nos conectan con orígenes antiguos y futuros especulativos. En esta misma línea, Hydra Decapita, de The Otolith Group, sumerge al espectador en cosmogonías oceánicas estrechamente entrelazadas con las historias africana y negra. La película evoca una sociedad submarina imaginaria animada por recuerdos ancestrales y poseída por la fantasmal presencia de los africanos arrojados al mar durante el tráfico de esclavos transatlántico.
Estas historias recuperan el agua como archivo viviente de recuerdos, traumas y relatos sumergidos, revelando el océano como un espacio de conocimientos ancestrales y futuros más allá de la violencia colonial.
4. Galatea: volverse uno con el mar
Galatea fluctúa entre mar y cielo, entre mito y carne. Ni del todo humana, ni del todo divina, está suspendida, flotante. Su cuerpo, moldeado por el anhelo y la fuerza oceánica, se resiste a cualquier forma fija de identidad. Leer a Galatea desde un prisma transfeminista es verla como una figura de subjetividad acuosa, fluida, relacional y en perpetua transformación. Nos enseña que estar moldeado por el mar es vivir en movimiento, en multiplicidad, en permeabilidad.
La transformación dista mucho de ser algo nuevo. Los mitos nos enseñan que el proceso fluido del devenir siempre ha formado parte de cómo imaginamos la vida, el deseo y el cuerpo sexual. Invocando estas historias recordamos que el cambio no es ninguna desviación, sino una lógica profunda y ancestral de la existencia.
5. Las masas de agua como archivos trans*
Todos estamos conectados por el agua, pero no somos iguales. El agua tiene memoria. Al igual que los cuerpos que se mueven por ella, y con ella, el agua es porosa, permeable y transitoria. No archiva por contención, sino por flujo, siguiendo lo que fue, lo que persiste y lo que aún está adquiriendo el ser. Decir que el agua es un archivo trans* es reconocer que contiene transformaciones de género, racializadas y ecológicas.
Más allá de su simbolismo, el agua es un archivo viviente, una fuerza que nos enseña a estar juntos más allá de especies y de escalas. La visión transfeminista muestra que las masas de agua nos incitan a replantearnos la identidad como algo dinámico e interconectado, recordándonos que las corrientes de nuestro alrededor nos determinan.
6. Seres de las profundidades: aliados y advertencias
Desde las medusas al zooplancton, la vida marina gelatinosa prospera en unas aguas cada vez más tóxicas. Algunos de estos seres nos fascinan por sus formas frágiles, pero son una señal de desequilibrio ecológico, y del auge de formas de vida resilientes en ecosistemas que se desmoronan.
Estas especies nos recuerdan qué prospera cuando fallan los ecosistemas, y nos invitan a reflexionar y a sentir asombro y preocupación por nuestro papel en ese cambio.
7. Hacia una conciencia acuática
Ópera planetaria, de Susanne Winterling, y otras obras inmersivas similares diluyen las fronteras entre océano, cosmos, ciencia y emoción a través de la luz, el sonido y la sensación. Invitan a los espectadores a entrar en el ámbito de la vida acuática, percibiendo desde dentro sus ritmos y misterios.
Este arte no se limita a representar el océano. También apela a la vivencia de ser agua, cultivando una conexión profunda y corpórea que reestructure nuestra relación con el planeta y sus múltiples formas de vida.
Sissel Tolaas Wherearewearewhere
TBA21 ha encargado a la artista Sissel Tolaas la creación de una instalación inmersiva que activa la exposición a través del olfato. Seis composiciones olfativas, que evocan los temas elementales de Terrafilia —Océano, Animal, Humano, Estratosfera, Tierra y Naturaleza—, se encuentran contenidas en una serie de recipientes de vidrio soplado a mano. Estos paisajes olfativos transforman el espacio en un entorno dinámico y multisensorial.
Cada experiencia olfativa funciona como
una narrativa, evocando rastros de mundos
más allá de lo humano y conectando a las
y los visitantes con memorias, emociones
y experiencias sensoriales vinculadas a la respiración. Los paisajes olfativos de Tolaas interactúan sutilmente con los elementos visuales de la exposición, fusionándose con ellos y alterando la forma en que el arte y el espacio son experimentados y recordados.
En este contexto, un encargo se convierte en una forma de cuidado comisarial e institucional: un gesto de confianza en la visión de la artista para reimaginar el espacio institucional. Invita a nuevas maneras de percibir y relacionarse entre la obra, los públicos y el entorno.
1. El aire está impregnado de memoria
Sissel Tolaas trata el aire como un archivo viviente, donde cada molécula de olor es una unidad de significado, un rastro de vida codificado en la química. El olfato, en este sentido, es una forma de contacto que excede al lenguaje y a la percepción. Irrumpe sin previo aviso, se instala en los pulmones, entra en el torrente sanguíneo, agita la memoria, desplaza la atención: respirar es unirse a un continuo atmosférico cargado de interacciones y reciprocidad.
Cada respiración nos vincula con lugares que no hemos visto, especies que no conocemos y pasados que aún no han terminado. El olor se convierte en una forma de recordar que pasa por alto la representación y las ideas preconcebidas y se instala directamente en la sensación.
2. El olfato ofrece conocimiento más allá de las palabras
Al vincular la cognición con la experiencia, la práctica de Sissel Tolaas rechaza la jerarquía que sitúa la racionalidad y el lenguaje por encima de lo sensorial. Igualmente, defiende la idea de una relación fluida y continua entre el yo y su entorno. El olfato transmite significado a través de su capacidad de afectar—de transformar nuestra percepción de la presencia y la posición—. Ante la dificultad de nombrar los olores sin reducirlos a clichés o metáforas, Sissel desarrolló NASALO, un sistema lingüístico construido desde la especificidad de la experiencia olfativa, en lugar de partir de categorías impuestas. Pero incluso este sistema no busca estabilizar el olor en un significado fijo. En cambio, amplía el campo de atención, permitiéndonos mantener la sensación por más tiempo, con más atención y respeto. En la práctica de Tolaas, el significado surge en el acto de respirar juntas y juntos: a través de la presencia, el intercambio y el aire compartido.
Esto desafía los sistemas de conocimiento dominantes y nos recuerda que el lenguaje no es la única forma de pensar. El olfato se convierte en un lenguaje para descifrar el archivo del aire.
3. El cuerpo es un sensor poroso
El acto de oler se produce en una atmósfera común que circula en ondas a través y alrededor de nuestros cuerpos. Se encuentra con el cuerpo como una superficie viva, receptiva a la sensación y capaz de generar vínculos. El olor circula con y a través de nosotros, activando una especie de atención porosa, una en la que sentir
y ser sentido forman parte del mismo proceso de revelación. Estos momentos invitan a participar como parte de la atmósfera misma.
Respirar se vuelve una forma de co-composición, en la que el aire es moldeado por cada presencia en la sala. El aliento de una persona contribuye al aliento de muchas, afirmando la interconexión: formas de relación que emergen a través del entrelazamiento y el mutualismo.
Lo olfativo desvía la atención de lo sólido y estable hacia lo mutable, difuso y compartido. El cuerpo se convierte en un sensor atmosférico: una superficie de encuentro modelada por cada molécula que encuentra.
4. El olor como testigo de la historia
Sissel Tolaas trata el olor como evidencia— rastros químicos que contienen el peso de eventos pasados. Al trabajar con moléculas recolectadas en zonas de conflicto, suelos contaminados, yacimientos arqueológicos o lugares marcados por el trauma, utiliza el olfato como herramienta forense. Estos olores son registros materiales de lo que ha ocurrido. Las paredes absorben la violencia, la tierra contiene el dolor, y los objetos liberan memorias a través de su química.
En su práctica, lo olfativo se convierte en un método de investigación. Se mueve por debajo de la superficie, más allá de lo que las imágenes o los textos pueden ofrecer. El olor revela lo que pudo haber quedado sin decir, lo que ha pasado desapercibido o lo que ha sido borrado.
Los olores pueden operar como testigos en conflictos, desastres ecológicos o excavaciones arqueológicas. Las prácticas olfativas de Sissel Tolaas abren un camino radical para comprender el pasado y cómo el olor puede desempeñar un papel en la resolución de incertidumbres y desinformación.
Actividades relacionadas con la exposición
