El artista español Pablo Picasso no sólo protagonizó junto con Georges Braque la invención del cubismo, uno de los primeros movimientos de vanguardia, sino que además fue el iniciador de la imagen del artista moderno. Su nombre quedará escrito en los libros de historia como la personalidad artística más relevante del siglo XX.

De 1895 a 1900 residió en Barcelona, estudió en la Llotja y se relacionó con el grupo Els Quatre Gats. Tras un primer viaje a París, se trasladó a Madrid para estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y en 1904 se estableció definitivamente en la capital francesa. A partir de esa fecha, y a pesar de que nunca perdió sus señas de identidad españolas, el país vecino fue su lugar de residencia habitual. Instalado en el mítico Bateau-Lavoir, en pleno barrio de Montmartre, conoció a Guillaume Apollinaire, Max Jacob y André Salmon. Sus inicios figurativos de las épocas azul y rosa evolucionaron por influencia de la escultura ibérica presente en el Musée du Louvre y del arte africano del Musée d’Ethnographie du Trocadéro. En 1907, su obra Les Demoiselles d’Avignon (Nueva York, The Museum of Modern Art) abrió el camino a los movimientos de vanguardia.

De su estrecha colaboración con Georges Braque surgió el cubismo, un estilo revolucionario que acabó con el sistema tradicional de representación ilusionista del espacio, cuyas consecuencias han llegado hasta nuestros días. Ambos artistas, partiendo de las enseñanzas de Cézanne, inventaron un nuevo lenguaje basado en la fragmentación y simultaneidad de la representación de la forma, en la reinterpretación de los objetos, con una gran austeridad en el color (cubismo analítico) que fue haciéndose paulatinamente más abstracto (cubismo sintético).

En la posguerra, Picasso, tras un viaje a Italia, regresó a la figuración y desarrolló un tipo de pintura con figuras monumentales, que se denominó «clásico» y que se correspondía con una tendencia generalizada de vuelta al orden que se manifestó en Europa tras los años de ebullición vanguardista. En la segunda mitad de los años veinte, contagiado por el ambiente surrealista, los personajes de sus obras se distorsionan y sus temas se hacen paulatinamente más dramáticos. Aunque participó en la exposición surrealista de 1925, nunca se vinculó formalmente con este grupo. Tras el bombardeo aéreo de la localidad vasca de Guernica, realizó una gran pintura mural (Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía) que presentó en el Pabellón de la República Española de la Exposition Internationale de París de 1937.

En los años cincuenta, comenzó a hacer recreaciones de cuadros de grandes maestros, como Gustave Courbet, Eugène Delacroix o Diego Velázquez. En su periodo final trató temas referentes a la muerte, al sufrimiento y al amor, otorgando una gran importancia a la subjetividad gestual y emotiva, con pinceladas muy sueltas y expresionistas.

Picasso desarrolló simultáneamente una importante labor como escultor, ceramista y grabador, demostrando en cada uno de estos campos la misma fuerza creadora que se evidencia en su pintura.

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