Cruz en un paisaje agreste
Nº INV.
A lo largo de su carrera Frederic Edwin Church plasmó en sus pinturas los grandiosos y paradisiacos paisajes del continente americano. Tras el descubrimiento y estudio de la naturaleza del entorno del río Hudson que dio nombre a la escuela de la que formaría parte, realizó viajes a Europa y América del Sur.
Cruz en un paisaje agreste, encargada por la familia de William Harmon Brown con motivo de la muerte de uno de sus hijos, se inspira en los paisajes de Ecuador y Colombia. La cruz con guirnaldas en primer plano evoca los paraderos de difuntos, que Church conoció durante la expedición a estos dos países. La espiritualidad también se manifiesta en este caso a través de la cascada y las pacíficas aguas del lago, símbolo de la pureza y la renovación de la vida, que se extienden a la derecha de la cruz, y que están rodeadas por un poderoso relieve. El pintor presenta todo ello bajo un inmenso cielo crepuscular.
CM
A lo largo de su carrera, Church había pintado algunos paisajes en los que aparecían cruces para conmemorar alguna defunción, como En memoria de Cole, de 1848, en el que aparece una cruz adornada con una guirnalda de flores en medio de un paisaje desolado, o como los dos pequeños cuadros que pintó en 1865 al morir sus dos hijos pequeños de difteria. Es posible que el artista realizara Cruz en un paisaje agreste en recuerdo del fallecimiento de un niño de la familia Brown, que le encargó la pintura. Katherine Manthorne hacía una evocadora comparación de esta obra con el tratamiento que Nicolas Poussin daba al tema de la muerte en la Arcadia en su obra Et in Arcadia Ego, al considerar que, al igual que Poussin, «Church se sentía fascinado por la idea de que el paisaje del Edén, fuente de creación y de renovación de la naturaleza, fuera también un lugar de destrucción y de muerte».
También Katherine Manthorne relaciona esta cruz con los «paraderos de los difuntos» que se podían ver frecuentemente en los Andes y que eran mencionados por el escritor Edmond Reuel Smith en la crónica de su viaje: «A lo largo del camino encontramos muchas cruces pequeñas [...]. Le pregunté a mi guía y me informó de que los lugares así marcados eran los “paraderos de los difuntos”. En las zonas rurales, donde la población es escasa, las parroquias son muy grandes; las iglesias están bastante distanciadas unas de otras y, como los cementerios siempre están cerca de la iglesia parroquial, a menudo es preciso transportar al muerto y el viaje puede durar hasta dos o tres días. [...] Durante estos viajes, cada vez que los que llevan el féretro se detienen a descansar, dejan el cadáver a orilla del camino, plantan una tosca cruz hecha con ramas y rezan unas oraciones por el descanso del difunto.
Paloma Alarcó