Tres acróbatas auxilian a una amazona tras sufrir un accidente. Su cuerpo inerte es cargado fuera del escenario al igual que el caballo que ha provocado la tragedia. Más cerca del espectador, una figura encorvada y en penumbra nos da la espalda en señal de dolor. El circo muestra su vertiente agridulce, donde la felicidad puede dar paso en cualquier momento a la tristeza más profunda y el peligro y la muerte están siempre acechantes. La frágil amazona y el circo se relacionan con el pintor que, al igual que los personajes circenses, se considera un ser al margen de la sociedad.

En 1913, Macke se había distanciado del grupo expresionista Die Blaue Reiter (El jinete azul), y su andadura personal le había llevado a París. Su interés por el futurismo y, en especial por la obra de Robert Delaunay, al que le uniría una estrecha amistad, es evidente en la pintura del Museo Thyssen-Bornemisza. El interés de Macke por el valor expresivo del color se unió a la visión fragmentada del espacio de Delaunay en unas obras que se convierten en las herederas germanas del cubismo cromático del pintor francés.

MRA

August Macke vivió un periodo especialmente innovador dentro del arte alemán en el que, mientras se desarrollan las principales tendencias expresionistas, llegaban a Alemania los movimientos de vanguardia procedentes del resto de Europa. Si el expresionismo de los artistas del grupo Die Brücke, que podríamos llamar expresionismo del Norte, intentaba plasmar en sus obras la subjetividad del artista, el expresionismo del Sur, al que se adscribe Macke, era mucho más sensual, más vinculado al arte francés. Durante un corto periodo de tiempo, Macke compartió la estética no-objetiva y las preocupaciones místicas y simbólicas de Der Blaue Reiter (El Jinete Azul), pero pronto volvió a fijarse en el mundo visible, aunque sin olvidar el valor expresivo de los colores puros y su relación con los valores musicales.

En esta pintura y en El equilibrista, dos obras estrechamente relacionadas entre sí, Macke rescata el tema del circo. Este espectáculo había interesado con anterioridad a otros muchos artistas por su colorido, su luminosidad y, quizás también, por tratarse de un mundo a contracorriente de las normas establecidas. Los factores que motivaron el interés de Macke por los contenidos circenses durante el invierno de 1913-1914 podrían estar relacionados —según apunta Peter Vergo —con su traslado a Hilterfingen en Suiza, a orillas del lago Thun. Allí, según testimonio de Elisabeth Macke, solía actuar en la plaza del mercado una familia de artistas llamados Knie, cuyas piruetas sobre un cable colocado en la plaza les habían impresionado tanto a ella como a su marido: «Es un inusual espectáculo de rico colorido y extraños contrastes que uno raramente puede contemplar. Todo esto le causó una gran impresión estética a August, quien trasladó estas experiencias con una gran maestría en numerosos dibujos y pinturas».

La escena que capta Macke en el óleo del Museo Thyssen-Bornemisza, un accidente ecuestre en medio de la pista, es una visión un tanto dramática en la que el dolor y la muerte han quitado todo protagonismo a la función. Pintado un año antes de su prematura muerte en el frente, supone una excepción en el conjunto de la obra del pintor, siempre marcada por un espíritu alegre y jovial.

El lenguaje pictórico postcubista, muy en la línea del orfismo de Robert Delaunay, nos habla del fuerte influjo que ejerció este artista francés sobre Macke, a partir de su encuentro en París en 1912. Las lonas de la carpa y los postes que la sujetan se fragmentan en un cubismo cromático, que descompone la forma a través de la luz y transforma la estructura de la imagen en una estructura transparente de color. Por otra parte, el luminoso colorido, habitual en toda su obra, crea una atmósfera brillante e irreal, que acentúa el inquietante pathos de la escena.

Macke ya había hecho una primera versión de este tema, posiblemente basada en un hecho real, en el pequeño gouache titulado Caída, fechado en 1911, y en un dibujo a carbón algo anterior. Ursula Heiderich ve en estas composiciones la recuperación del tradicional tema de la Pietà, que da prueba del interés que Macke sintió siempre por los grandes maestros del pasado. A modo de Cristo muerto, el cuerpo de la joven amazona, recién caída del caballo, es sostenido por un apesadumbrado grupo de acróbatas, que nos muestran su preocupación a través de sus actitudes, ya que Macke ha borrado sus facciones y las expresiones de sus caras. La escena simboliza, según Heiderich, «la idea de peligro que supone una existencia al margen de la sociedad, como la que suelen llevar los artistas».

Paloma Alarcó

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