De pequeñas dimensiones pero de una calidad exquisita, Pallucchini sugirió que este lienzo podría haber sido pintado hacia 1728 en base a su parecido con las pinturas de tema religioso encargadas para el Palazzo Reale de Turín por las que el artista recibió un pago en 1727.

Desde el punto de vista estilístico, esta obra nos remite a la pintura obras del periodo de madurez tardío del también pintor veneciano Veronés (Verona, 1528-Venecia, 1588). Su influencia se percibe en una paleta de colores apagados, en la refinada ordenación espacial, el tratamiento de la luz, y en el gran interés que demuestra en la descripción de la atmósfera y el paisaje. Unas pinceladas muy sueltas construyen una composición triangular en torno a Betsabé, semidesnuda al borde del agua, cuyo rostro se refleja en un espejo, duplicando así su presencia.