Este lienzo se considera una de las obras culmen de su evolución pictórica. Frente a sus primeras composiciones más sencillas y con una paleta y una luz menos trabajadas, este bodegón presenta una estructura más sofisticada. La luz está muy concentrada destacando sobre todo los objetos del centro de la representación y creando unas sombras estratégicas que acentúan la profundidad. Los matices cromáticos se tornan muy ricos y su armonía equilibra la composición. Se representan frutas y verduras de primavera como son las alcachofas, espárragos, fresas, ciruelas y albaricoques. La pintora describe minuciosamente detalles del ramaje que cubre las frutas.

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Delante, a la izquierda, vemos un cuenco chino con fresas, un tallo suelto con fresas al lado y un ramo de grosellas. Detrás hay tres alcachofas y dos manojos de espárragos. En la mitad derecha del cuadro vemos una plataforma de barro apoyada en dos ladrillos más o menos toscos. En ella hay una cesta con albaricoques, ciruelas y cerezas. Delante del cesto hay tres albaricoques partidos por la mitad, uno de ellos con hueso.

Los objetos están cubiertos en la parte superior, por una bóveda verde. En ella se reproducen ingeniosamente las texturas del haz y el envés de hojas de diferentes variedades de frutas -cada una con sus curvas características-, de espárragos y alcachofas -reproducidos en claroscuro en numerosos matices de verde-. En las frutas también se aprecian muchos matices sutiles de color armonizados. Toda la composición es equilibrada y está dominada por una rigurosa serenidad. La luz de la izquierda se concentra sobre los albaricoques de la cesta, sin perfiles agudos. Sombras acentuadas confieren profundidad a la imagen.

La obra de Louise Moillon experimentó entre los años 1629 y 1637 una verdadera metamorfosis. Al principio pintaba composiciones sencillas y simétricas con una mesa vista desde arriba, animada con cestas de frutas u otros objetos, con los matices de color muy poco trabajados e iluminación plana. Hacia 1637 su obra posee ya una estructura refinada en la que los objetos se superponen de una manera natural, el follaje adquiere una importante función decorativa, al tiempo que la paleta es rica y la iluminación está más concentrada. La presente obra es una pieza cumbre de esta evolución. Se emparenta sobre todo con una sencilla composición realizada en 1636 de una cesta con uvas y melocotones sobre una plataforma de piedra parecida. Las obras fechadas en época posterior pierden sensiblemente en destreza y sentido artístico.

Probablemente esta pintura no tenga un significado alegórico. Sin embargo, éste es patente en una serie de sus obras primerizas. Así parece deducirse de la presencia de insectos en su obra realizada hasta 1631, a menudo con una función simbólica, pero que pudieron haber llegado a convertirse en un cliché. Dos grandes escenas de mercado con frutas de 1629 y 1630, son un buen ejemplo de ello. La fruta se exhibe en cestas baratas y en una valiosa bandeja china sobre una mesa grande. En los dos cuadros vemos en la parte delantera central una gran piel de manzana ensortijada que cuelga del borde de la mesa con una mosca posada, y una piel pequeña con una mosca también. Algunas manzanas de una gran cesta están picadas o tienen puntos de putrefacción. Hay moscas también en los albaricoques y en las ciruelas. De un estante en segundo plano cuelga un racimo de uvas y a la derecha y detrás hay cerezas rodeadas de hojas de castaño en una cesta. La piel de manzana con puntos podridos y una mosca sobre un tablero, es un motivo típico de los pintores holandeses Floris van Dyck y Nicolaes Gillis en su obra de 1610 a 1622. Donde la piel se une a la fruta parcialmente pelada, volvemos a encontrar el influjo del pintor Pieter Claesz, también afincado en Haarlem, en una obra de 1622. Más tarde será la representación de un limón parcialmente pelado la que sustituya a la manzana. Motivo recogido por muchos artistas. En las pinturas de Van Dyck y Gillis, vemos la mesa vista desde arriba, y los objetos aislados, lo que sucede también en el caso de Louise Moillon. En la obra de los pintores de Haarlem, probablemente existe un mensaje moral: se plantea al observador la elección entre el bien y el mal. La manzana se ve muchas veces como el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal del Génesis. La palabra latina Malus también significa malo. Una mosca es el símbolo de la corrupción. Los albaricoques, ciruelas y espárragos se entienden a menudo como símbolos del placer de los sentidos. Las uvas, cerezas y fresas eran, por el contrario, símbolos de Cristo: el vino representa en la Eucaristía la sangre de Cristo; las cerezas son la sangre roja y las fresas, frutas primerizas de la primavera, símbolo de la Resurrección.

Sam Segal

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