En este paisaje de "Les Vessenots", a las afueras de Auvers, Van Gogh representa una composición de horizonte elevado, en la que se agrupan una serie de viejas casas de la campiña junto a unos extensos campos de trigo y algunos ondulantes árboles. La paleta reducida, de luminosos verdes y amarillos, y las pinceladas agitadas y nerviosas, que siguen un ritmo ondulante y repetitivo, son propias del periodo final del pintor.

Durante las que serían sus últimas semanas de vida, en que pintó numerosos paisajes del natural, el artista sufrió todo tipo de sentimientos enfrentados: por un lado, una sensación de libertad frente a esos amplios y fértiles sembrados y, al mismo tiempo, una profunda melancolía y una sensación de soledad, que le llevarían a acabar con su vida.

Vincent van Gogh abandonó París el 20 de mayo de 1890 con destino a Auvers-sur-Oise, un pequeño pueblo a treinta y cinco kilómetros al norte de París adonde se habían dirigido antes que él otros artistas, como Charles Daubigny o Paul Cézanne, y lugar de residencia del doctor Paul-Ferdinand Gachet, el médico y coleccionista de obras de arte a quien Theo van Gogh, por recomendación de Camille Pissarro, confió el cuidado de la salud de su hermano Vincent. A pesar de que apenas duró dos meses, la época de Auvers fue tremendamente fecunda para el pintor. Durante las que serían sus últimas semanas de vida, pintó algunos retratos y numerosos paisajes entre los que se encuentra «Les Vessenots», la zona de Auvers en la que vivía el doctor Gachet, que fue además el primer propietario del cuadro.

Como en otros lienzos de este último periodo, el artista combina una composición de horizonte elevado, en la que se agrupan una serie de viejas casas de la campiña, algunas con tejados de paja, junto a unos extensos campos de trigo y algunos ondulantes árboles, con una paleta reducida, de luminosos verdes y amarillos, y unas pinceladas agitadas y nerviosas, que siguen un ritmo ondulante y repetitivo. Tal y como observaba Guillermo Solana en su estudio sobre el periodo final del pintor, el horizonte elevado es lo que diferencia estos paisajes de Auvers de los posibles antecedentes como Daubigny y George Michel, o la pintura holandesa del siglo XVII y constituye además «un rasgo general del paisajismo avanzado de la segunda mitad del siglo XIX».

A pesar de que Van Gogh pintaba frente al motivo, nos muestra una visión absolutamente personal y manifiesta de forma visual aquello que le sugiere lo que está mirando. Los fértiles prados de los alrededores de Auvers le producían sentimientos enfrentados; la sensación de libertad que tenía frente a esos amplios sembrados se contraponía a la melancolía y la sensación de soledad que le producían. Sería en uno de estos campos de trigo, que repetidamente había pintado en las últimas semanas, donde abrumado por sensaciones contradictorias y en medio de una recaída de su fuerte depresión, Van Gogh terminaría con su azarosa existencia, cuando en la mañana del 27 de julio de 1890 se disparó un tiro. Murió solo y atormentado, aunque, como leemos en la última carta que escribió a su hermano, mantuvo hasta el final un atisbo de esperanza en su obra: «La verdad es que sólo podemos hacer que sean nuestros cuadros los que hablen».

Paloma Alarcó

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