Hasta 1886 John Singer Sargent residió en París, donde estudió con el pintor Carolus Duran y entabló amistad con algunos de los impresionistas. La exposición en el Salon de 1884 del retrato de Madame Gautrier, conocido como Madame X, propició un escándalo y un giro en su carrera. Sus viajes a Estados Unidos (1887-1888, 1890) y a Londres (1893) le permitieron ampliar su fama y clientela, que lo acogió con entusiasmo a ambos lados del Atlántico.
Una las damas más célebres y progresistas de la sociedad londinense, la duquesa de Sutherland, es la protagonista de este retrato. En la penumbra de un jardín, y con una mano apoyada sobre una fuente, esta imponente mujer ataviada con un vestido verde de motivos florales y generoso escote parece emerger de la propia naturaleza, que inspira la tiara de hojas de laurel que luce en sus cabellos pelirrojos. Las fuentes que inspiran esta monumental composición van desde los maestros clásicos a los que Sargent estudió – Velázquez o Van Dyck- hasta los retratistas ingleses del siglo XVIII.

CM

John Singer Sargent ha pasado a la posteridad como uno de los más acreditados retratistas de mujeres. Durante la mayor parte de su carrera, desde sus comienzos en París y después de su traslado permanente a Londres en 1886, inmortalizó a innumerables modelos de la alta burguesía con distinguidos atuendos y elegantes actitudes, en ambientes refinados y cultos. En la primera década del siglo XX, cuando Sargent había alcanzado el cenit de su fama como pintor y retratista, empezó a recibir numerosos encargos por parte de la aristocracia. Este cambio de clientela trajo consigo una sustancial alteración del tratamiento de la figura en sus composiciones y, como recientemente apuntaba Javier Barón, el carácter natural y espontáneo de los retratos de las familias de la alta burguesía fue sustituido por unas «composiciones mucho más estáticas y formales, en las que utilizó recursos del retrato de gran estilo, cuyas referencias más claras están en la tradición inglesa». Sargent se convierte así en heredero de la tradición retratista que va de Van Dyck a Thomas Lawrence, aunque, como han dejado claro de forma convincente Richard Ormond y Elaine Kilmurray, «no le preocupaba tanto imitar a los maestros antiguos como permitir que en sus obras respiraran la misma fuerza y atmósfera».

Millicent St. Clair Erskine (1867-1955) era la hija mayor del cuarto conde de Rosslin y Blanche Fitzroy. A los diecisiete años había contraído matrimonio con Cromartie Sutherland Leveson-Gower, que heredó el título de duque de Sutherland en 1892. Convertida en señora de la Stafford House de Londres, situada frente a Buckingham Palace, y del Dunrobin Castle de Escocia, la duquesa se convirtió en una de las anfitrionas más destacadas de la época y una de las mujeres más brillantes de la sociedad londinense del momento. Conocida como escritora e infatigable trabajadora por las clases sociales más desfavorecidas, era admirada por su inteligencia, belleza, elegancia y su altura moral. Incluso fue condecorada con la Cruz de la Guerra por su trabajo como enfermera y su generosa contribución durante la Primera Guerra Mundial.

El pintor trata con gran sensibilidad y delicadeza el carácter de lady Millicent, que tenía entonces treinta y siete años. Sargent la retrata de cuerpo entero, con el porte propio de una mujer aristocrática, y capta sagazmente su enérgica personalidad y su potente mirada. Situada en un exterior, la modelo, elegantemente vestida, apoya su mano derecha sobre una fuente, mientras gira ligeramente su erguido cuerpo hacia el espectador, en una actitud que rememora los retratos de las duquesas inglesas como diosas clásicas del pintor inglés sir Joshua Reynolds. En 1904, al ser presentado en la exposición anual de la Royal Academy de Londres, Roger Fry, que pronto defendería el postimpresionismo, hacía un comentario desfavorable del retrato en un artículo sin firma publicado en la revista Athenaeum. En cambio, otros críticos respondieron muy positivamente a su estilo dieciochesco: «El placer que producía el ver por primera vez una obra maestra de Gainsborough o Reynolds o Rommey, recién bajada del caballete, debe ser en cierto modo parecido al gran deleite que produce el esplendor de “La duquesa de Sutherland” de John Sargent», escribía un autor anónimo en Academy. Por su parte, el historiador y escritor Henry Adams, que contempló el retrato en París en 1905, escribía a su amada Elizabeth Cameron: «Permanecimos media hora sentados frente al cuadro. Nunca ningún artista logró pintar semejante psicología como lo hizo Sargent».

Paloma Alarcó
 

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