Artistas como Carl Wimar, Albert Bierstadt, Henry Lewis o George Catlin desarrollaron en el siglo XIX una pintura de tipo costumbrista cuyos protagonistas eran los indios americanos y las tierras del lejano oeste. Estos eran considerados un reducto todavía no contaminado por la civilización.

En los años treinta del siglo XIX Catlin realizaría numerosos viajes y expediciones, durante los que recopiló anotaciones sobre la vida, costumbres y apariencia de distintas tribus. Con el tiempo este material dio lugar a un libro y una colección de unos seiscientos cartones. Su afán por divulgar esta magna obra en América y Europa no obtuvo el reconocimiento esperado, e incluso se vio obligado a venderla debido a las deudas contraídas. Catlin trató de reconstruirla durante el resto de su vida, al final de la cual recibió encargos de copias de algunos de los cartones. Las cataratas de San Antonio es probablemente uno de esos encargos. Se trata de una escena en la que dos indios con detallada indumentaria, empequeñecidos por el paisaje que se extiende tras ellos, vuelven de pescar y cazar.

CM

Entre los años 1830 y 1836 el pintor George Catlin siguió el rastro de la mítica expedición de Meriwetther Lewis y William Clark por el Mississippi y se convirtió en el primer artista que recorrió el lejano Oeste. A diferencia de los exploradores y aventureros, que iban en busca de tierras vírgenes donde llevar a cabo nuevos sueños e ideales, Catlin viajó guiado por su fascinación por los indios americanos, tomando numerosos apuntes de las distintas tribus nativas y de sus grandes praderas. Como declaraba en una conferencia el antropólogo Washington Matthews, gracias a la obra de Catlin se ha podido conocer cómo eran esas lejanas tierras antes de ser contaminadas por el mundo civilizado: «Tenemos delante las cataratas de San Antonio, tal y como rugían frente a una vacía soledad en el año de 1835, cuando George Catlin las visitó e hizo bocetos de las mismas. ¿Quién sería capaz de reconocer su identidad al comparar esta hermosa escena salvaje y las cataratas de San Antonio en la actualidad?».

Este conjunto de obras, reunidas en su célebre Indian Gallery, que se expuso en varias ciudades americanas y europeas, se convirtió en fuente indispensable de inspiración para los artistas posteriores y estableció una imagen del Oeste que todavía hoy pervive en la memoria colectiva. Ahora bien, cuando en octubre de 1871, casi al final de su vida, George Catlin volvió a los Estados Unidos y expuso sus cartones otra vez en Nueva York, obtuvo un escaso éxito. Durante los treinta y dos años que duró su ausencia las cosas se habían transformado tan considerablemente que los temas indios ya no despertaban ningún interés. Sólo de forma excepcional el artista recibió algún encargo para realizar réplicas de ciertas pinturas, como Las cataratas de San Antonio del Museo Thyssen-Bornemisza.

Según el estudioso de su obra William H. Truettner, en el verano de 1835 Catlin había realizado su primer apunte de este paraje durante su estancia en Fort Snelling, en una travesía en canoa por el río Mississippi, y repetiría este tema al menos en cuatro versiones posteriores. La obra más antigua, perteneciente a la colección Paul Mellon, es una representación de las cataratas sin figuras. En la pintura del Museo Thyssen-Bornemisza el artista añade en el centro, en primer plano, a un indio y a su mujer acarreando unos peces recién pescados, y, en la versión más tardía, representa la expedición del padre Louis Hennepin, que se había convertido en 1680 en el primer hombre blanco en pisar esas lejanas tierras.

El estilo artístico de Catlin se mantuvo fiel al realismo antropológico de los primeros retratistas norteamericanos de finales del xviii y comienzos del xix, por lo que su actitud ante esas imponentes cataratas difiere de manera sustancial de la de Albert Bierstadt. Mientras que este último hacía una representación dramatizada, exagerada y romántica de las cataratas, Catlin concede a la escena una objetividad de reportaje acorde también con el tono minucioso de sus escritos: «Aunque se trata de un sitio pintoresco y lleno de espíritu —anotaba el artista en 1841— su tamaño es diminuto en relación con las del Niágara y otras cataratas de nuestro país; la caída real perpendicular no es más que de dieciocho pies, aunque en extensión tengan media milla más o menos, que es la anchura del río; con rápidos veloces arriba y abajo que dan vida y espíritu al lugar». Para enfatizar esa extensión, el pintor utiliza un punto de vista lejano que le permite ofrecer una mayor panorámica de lo que él consideraba «un verdadero ejemplo de las bellezas del Oeste».

La primera propietaria de la obra, Adele Gratiot (1826-1887), originaria de Galena, era hija de Henry Gratiot, un amigo de Catlin buscador de plomo convertido en agente de las tribus indias de Winnebago. Su marido, el congresista estadounidense de Galena y asesor de Abraham Lincoln, Elihu B.Washburne, era coleccionista de arte.

Paloma Alarcó

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