Por Teresa de la Vega


«Debemos gran parte del placer que nos produce contemplar el mundo a los grandes artistas que lo han mirado antes que nosotros», escribió el gran historiador británico Kenneth Clark. Pocas actividades hay más enriquecedoras que el viaje y la contemplación del arte. Amplían nuestros horizontes y nuestro intelecto; son un alimento para nuestro espíritu. Nos permiten encontrarnos con el otro y conocernos a nosotros mismos.

La mirada del viajero —como la del visitante a un museo— es curiosa e inquisitiva; está ávida de descubrir nuevas bellezas y enigmas que habrá de desentrañar y de enriquecerse con la visión de territorios desconocidos cuyo recuerdo perdurará para siempre en la memoria. Cada nuevo viaje, cada nuevo descubrimiento de un artista, contribuirá a abrir las puertas de nuestra percepción y será un estímulo para nuevas aventuras, nos permitirá constatar la diversidad de la experiencia humana y nos ayudará a tomar conciencia de nuestra propia identidad.

Momentáneamente alejados del ajetreo de la vida cotidiana, nuestro recorrido por las salas del Museo Thyssen-Bornemisza nos trasportarán —como soñaba Baudelaire en Invitación al Viaje— a un país donde «todo es orden y belleza / Lujo, calma y voluptuosidad». Al visitante le aguardarán innumerables sorpresas y esperamos que, como el viajero impenitente, siempre quiera volver para descubrir recorridos insólitos y revelaciones, destinadas a quien regresa.

Obras del recorrido